Se acerca el fin de otro año complicado en el mundo y en el país. Cuando creíamos que este virus estaba de salida, aparecen nuevas variantes para recordarnos que la pandemia aún continúa, y que no debemos bajar la guardia todavía.
A este panorama incierto se suma la pobreza en la que se ha sumido el país luego de décadas de malos gobiernos. Gobiernos que parecen ostentar distintos pelajes políticos pero sólo en la superficie y que se alejan a pasos agigantados de aquellos que ponen en la República Argentina -una y otra vez- sus esperanzas de un futuro mejor.
La Argentina no es un país pobre, nunca lo fue. Es un país riquísimo mal administrado y esa “mala administración” también se observa en algunos consorcios. La diferencia está en que el administrador de consorcios está obligado todos los años a rendir cuentas del manejo del dinero presentando comprobantes como corresponde a todos quienes administran dinero ajeno. Si no se rinde cuenta se pierde perspectiva del dinero recaudado ¿Cuánto es el dinero, quién lo recibe y a qué se compromete? Esas son las preguntas que desea y tiene el derecho a saber el contribuyente.
Los políticos son una especie que no duda en robar para los suyos, donde el que piensa distinto es el enemigo y no tiene derecho a nada, ni siquiera a la Justicia.
Volvemos a votar a quien menos rechazo nos provoca. Los políticos realmente parecen operar como una cofradía, que tiene privilegios y reglas de las que carecemos los demás, simples ciudadanos, que sólo contamos con la Constitución Nacional y creemos que no hay fueros personales ni títulos de nobleza.
No importa de qué color político sea quien lea estas palabras, creo que todos podemos coincidir en que Argentina se ha venido desviando de ese destino de grandeza que la historia le tiene asignado.
Y como consorcistas, viviendo en ciudades cada vez más pobladas, donde hay cada vez más gente y menos educación, notamos cómo la calidad de vida se ha deteriorado. Cómo el respeto, el pensar en los demás, el discutir sin insultar, es cosa del pasado.
En general creemos que la gente siente que todo es lo mismo, que todo da igual. Que estamos en una época del “sálvese quien pueda”. Y eso no debiera ser así.
Una frase que escucho casi diariamente es “y... estamos en Argentina”, cada vez que mi interlocutor quiere resaltar que exigir lo correcto, lo que corresponde, es algo que aquí no se puede hacer. Que aquí no funciona.
Es por eso que -como ya hemos insistido desde los inicios de nuestra Fundación hace más de veinticinco años- la moral, el respeto por las leyes, la búsqueda de lo justo y lo equitativo, empieza en cada uno de nosotros. De nada sirve criticar la política desde un café con amigos, mientras permitimos que situaciones inmorales, irrespetuosas o injustas ocurran en nuestro derredor, en nuestro día a día, en nuestro radio de acción, sin siquiera inmutarnos. Si queremos ver cara a cara al culpable de la decadencia Argentina, basta sólo con mirarse en el espejo.
La salida nunca puede ser Ezeiza.
Para el 2022, desde la Liga del Consorcista seguimos bregando por la transparencia en todos los ámbitos del quehacer consorcial, deseando que el próximo año nos encuentre a todos con voluntad de imponer la ley moral, donde quiera que estemos, sin temor al ridículo o al insulto, y que actuemos siempre como la gota que -firme en sus convicciones- acaba irremediablemente horadando la piedra.
Feliz año nuevo.