Ha transcurrido otro fin de año y, como siempre, nos hemos visto obligados, por costumbre o por piedad, a desearnos mayor prosperidad para el nuevo que se inicia.
Muchos hemos festejado, también por inercia o por amor, o esperanza, o simplemente por gula, pero sin preguntarnos seriamente cómo vamos a hacer realidad esa mayor prosperidad que vaticinamos tan ligeramente.
¿Es que acaso pensamos que vendrá del Cielo? Es posible.
¿O automáticamente, sin hacer nosotros algo concreto para que eso ocurra? A juzgar por nuestra conducta cada fin de año, probablemente, sí.
Sentémonos como de costumbre, una vez más, en la butaca de la vida y dispongámonos a reír o lamentarnos según sea el futuro que nos depare la suerte.
Total, nosotros no tenemos nada que ver en ese espectáculo.
Somos simples espectadores.
Lo vemos a diario reflejado en todos los medios de comunicación.
Todas son quejas.
Ninguna propuesta.
Las noticias son propaladas con una música de fondo que predispone al miedo, a la angustia, a la morbosidad malsana, al rating.
Y así nos va.
Argentina, un país que hace un siglo era uno de los cinco países más prósperos del mundo, hoy se ha empequeñecido, ha involucionado a los últimos lugares sin que se nos mueva un pelo.
Nos hemos resignado alegremente a ser una nación mediocre, sin grandes aspiraciones… ¿Para qué seguir?
Es cierto que hay funcionarios y ex funcionarios bienintencionados.
Pero ni los anteriores ni los que están ahora parecen poseer convicciones firmes sobre la función que deben desempeñar, que es DISPONERSE A ADMINISTRAR SERIA Y RESPONSABLEMENTE los dineros de la gente.
Al igual que en muchos consorcios de propiedad horizontal, se gasta mucho y mal.
No se tiene conciencia de que para crecer, nosotros no necesitamos teorías revolucionarias ni salvadores iluminados, sino simplemente conciencia de la enorme responsabilidad que tiene quien gobierna, de gastar e invertir sensatamente un dinero que no es de ellos, sino de todos.

Sólo sobre la base de una administración austera vendrán los ENORMES CAPITALES ARGENTINOS que se han ido al exterior por falta de garantías.
En estos comienzos del 2019, cabría pedirles que, con sentido común, reflexionen sobre lo siguiente: Nuestro país posee enormes recursos naturales y dinero de sus propios ciudadanos que alcanzarían para salir con creces de cualquier coyuntura económica negativa.
¿Qué hace falta entonces para crecer y crear riqueza? HONESTIDAD, TALENTO, BUENA VOLUNTAD Y CONTRACCIÓN AL TRABAJO.
Dejar de usar aviones privados, eliminar dispendios inútiles o extravagantes...
En fin, demostrarle a la ciudadanía que hay vocación de compartir el sacrificio que a diario se le exige a la población. ¿Es tan difícil imaginar lo que piensan los inversores foráneos cuando se les pide plata, sabiendo que los propios argentinos la tienen afuera, o debajo del colchón? Señores políticos: menos palabrerío y más reflexión.
Menos festejos y más trabajo.
Y por favor, menos marketing y un poco de estudio serio.
Por desgracia, creemos ingenuamente que hay países ricos y hay países pobres y eso "es lo que hay", para citar una frase nefasta que solemos oír por ahí.
A lo sumo atribuimos el cambio de fortuna operado en muchos de ellos a una mejor educación, a la disciplina, a sus genes o algún factor desconocido.
No hemos comprendido que el capitalismo, entendido como la acumulación de riqueza, no se hizo robando ni engañando ni mendigando, sino con el aporte de multitud de pequeños ahorristas a los que se les garantizaba una administración limpia de sus ahorros.
Por supuesto que robo y engaño siempre los hubo, pero las grandes empresas encaradas por ciertos países entre los siglos XVI y XVII y que dieran origen al capitalismo moderno se erigieron con el ahorro de una población que pronto salió de la pobreza absoluta para alcanzar niveles de vida cada vez más altos.
Leamos cómo vivían los ingleses en la Inglaterra de Dickens.
Entonces, la gran cuestión argentina que el mundo no acaba de entender, radica en la necesidad imperiosa de contar con la confianza pública, que debe basarse en imponer una justicia estricta y un manejo serio y responsables del aparato del Estado.
Esa es, señores, la gran misión de la política que nuestros dirigentes no pueden o quieren ver.
En la posibilidad de erigir una administración pública seria y eficiente radica nuestro futuro, de grandeza o mediocridad.