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El Ocaso de las Guerras

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Pedir que se acaben las guerras parece una ingenuidad.
Pero rehusar reflexionar acerca de cómo acabar con las guerras es pereza mental.
Resultaría sumamente cómodo dejar de pensar, menear la cabeza y concluir en que "siempre ha habido guerras y por eso siempre las habrá".


Parece realmente absurdo que habiendo los seres humanos alcanzado proezas tales como la conquista del espacio exterior, las maravillas de la robótica y formidables avances científicos, no hayamos logrado aún encontrar un modo civilizado para solucionar las contiendas, una forma evolucionada de dirimir disputas y sobre todo, hacer que el negocio de la paz sea más rentable que el negocio de la guerra, que es lo que en definitiva acabaría con todas ellas.


Al margen de la consideración de los aspectos humanitarios inevitables que por evidentes, no requieren más comentarios, creemos que en el centro de la cuestión de la guerra, como de toda agresión, se encuentra un inocente pero peligrosísimo hábito mental llamado "generalización".


Nunca se ha meditado lo suficiente acerca del daño que causan las generalizaciones, no sólo a nivel social, sino también a nivel individual.
Hablamos cotidianamente de "los americanos", "los árabes", "las mujeres", "los judíos", etc., sin darnos cuenta que no se trata de realidades sino de puras abstracciones.
En rigor de verdad, se trata de "ficciones".


Cuando decimos "árbol", o "perro" o "nube", nos referimos a cosas concretas que están en el mundo como realidades independientes.
Pero cuando decimos "los negros", o "los irlandeses" y los juzgamos, atribuyéndoles cualidades, defectos o virtudes, estamos cometiendo una grosera equivocación.
Ninguna generalidad existe en el mundo.
Sólo en nuestras cabezas.
Son instrumentos mentales que nos sirven para pensar, del mismo modo como al sastre le sirve la tijera o al carpintero el martillo.
Sería un error de perspectiva que las sastrerías exhibieran a los trajes junto a las tijeras con las que se confeccionaron o las mueblerías juntaran a los muebles con los martillos y tenazas.


Por eso, podríamos decir que aunque parezca una utopía, las personas comenzaremos a ser un poco mejores el día en que abandonemos el hábito de pensar, decidir y comprometernos en función de meras generalizaciones.
El día en que seamos capaces de ver en primer lugar a la persona por detrás del uniforme, el hábito, el rango, o la función que la recubre.


Ni "los americanos" ni "los iraquíes", en verdad, existen.
Son ideas.
Lo que sí existe es "éste" o "aquél" hombre o mujer concretos.
Que viven y trabajan, respiran, aman u odian, gozan o sufren compartiendo necesidades que, básicamente son las mismas para todos los seres humanos en cualquier punto del planeta.


Las generalizaciones son irrealidades cuyo empleo, en el caso concreto de la guerra, impide ver lo que la guerra verdaderamente es: un horrendo crimen colectivo.


Bertrand Rusell, el conocido filósofo inglés perseguido y encarcelado por oponerse a la guerra de Vietnam, confesó un día que durante toda su vida lo había acompañado una frase pronunciada por su abuela, una simple frase pero cargada de energía moral, que decía: "Nunca te unas a una multitud para hacer el mal".

® Liga del Consorcista

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