El tema de la justicia ha estado y está presente en todos los hogares.
Los gritos, las pujas, las actitudes desencajadas de legisladores que se comportan como chicos de colegio… Todo eso lo hemos visto y oído en nuestros televisores y radios, y es como si de pronto, nos embargara una sensación de hastío difícil de definir.
¡Qué alejados están nuestros representantes de la gente que los vota! ¡Qué falta de objetividad en los discursos! ¡Qué falta de ecuanimidad y de honestidad intelectual en los planteos! Es verdaderamente vergonzoso el espectáculo que han dado a la ciudadanía.
Honestamente, al hombre y a la mujer común, que trabajan para vivir, les hubiera gustado oír verdaderas discusiones de fondo y no la manifestación de una triste puja por el poder.
Nos hubiera gustado, por ejemplo, que se dedicaran francamente a dilucidar los aspectos positivos y negativos de los proyectos con absoluta imparcialidad, teniendo en mira los intereses del ciudadano y no los de sus respectivos grupos de intereses.
Es cierto que el poder ejecutivo quiere controlar a los jueces, y eso es malo porque conspira contra la división de poderes, pero también es cierto que la “familia judicial” existe, y se cierra peligrosamente sobre si misma, como cualquier corporación, y los ciudadanos no tenemos control alguno sobre quiénes ocuparán esos estrados, que por otra parte, son de por vida.
Eso, también es malo.
La gente no quiere que sólo lleguen a jueces los parientes y amigos de los magistrados, pero tampoco quiere que, sólo pintando paredes y organizando marchas políticas, cualquier militante llegue a juez.
Son aspectos diferentes del problema que hay que considerar serenamente y no a los gritos para ser un buen legislador.
Para eso les pagamos.
Pero lo que llama más aún la atención, es que si tomaran conciencia de que su misión consiste en mejorar las condiciones de vida de las personas que los han votado y no otra cosa, hubieran intercalado en sus discursos, siquiera por decoro, el tema que a la gente más preocupa en lo inmediato, que es la absurda demora de los trámites judiciales y las penosas condiciones físicas y de equipamiento en que los jueces deben trabajar para desempeñar sus funciones.
¿Se discutió acaso, si en definitiva, la reforma mejorará o empeorará el servicio de justicia? A nadie parece importarle que detrás de un juicio, hay personas y familias que sufren por la insólita demora en los trámites.
Muchas veces, no hay peor injusticia, que una justicia a destiempo.
Probablemente, algún lector me observará que ese no es el tema específico del proyecto legislativo.
De acuerdo, pero, ¿alguna vez lo van a discutir para resolverlo “en serio”? Pónganlo en sus agendas, porque la burocracia en la Justicia, derivada de la falta de legislación procesal adecuada y la falta de recursos, es el gran problema que en lo inmediato, le interesa, y mucho, a la gente.