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¿Ha Muerto el Empleo?

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En esta época de tantos cambios vertiginosos es conveniente reflexionar acerca de un tema que toca de cerca a muchísimas familias argentinas: la pérdida del empleo. Nunca antes hubo tantos desocupados. Ni siquiera en la famosa "crisis del treinta" de la que solían hablar tanto nuestros abuelos.
Las mejores perspectivas de trabajo serán para los profesionales entrenados para el uso y análisis de símbolos, como por ejemplo arquitectos e ingenieros proyectistas, mientras que continuaremos viendo la disminución de la mano de obra no calificada.



Somos un puñado de personas que cree que el poder no es sólo función de los gobernantes sino de la gente, del hombre y la mujer que silenciosamente, con su trabajo y sus impuestos, hace posible y sostiene verdaderamente esto que llamamos Argentina.
Que cree que el poder es de todos y debe ejercerse todos los días.
Que no se expresa en grandes frases ni en slogans.
Que está hecho de pura cotidianeidad.
Como un esfuerzo constante por mantener los límites de cada uno dentro del conjunto.
Los propios y los ajenos.


pero hay algo que hace que la presente situación sea verdaderamente dramática y es que muchos de esos desocupados, sobre todo los de más de treinta años, han perdido o están perdiendo la esperanza de conseguir otra ocupación.
Se oye hablar aquí y allá de boca de aquellos que parecen saber algo del tema, que "el empleo como tal" tiende a desaparecer y eso nos llena de zozobra, naturalmente, porque no entendemos.
¿Es que nadie va a trabajar?


Bueno, aquí hay que hacer una distinción: Lo que tiende a disminuir no es el "trabajo" en sí mismo, sino el "empleo", que es una cosa diferente.
No cabe la menor duda que trabajo habrá siempre.
Lo que está en crisis es el hecho de que una persona le pague a otra un sueldo por ponerse a su disposición, que esa vendría a ser la correcta definición de la "relación de dependencia" o trabajo remunerado tal como lo conocemos.
Lo que está muriendo aparentemente no es, pues, la necesidad de trabajar, sino la relación de dependencia laboral entre las personas.


Esto significa lisa y llanamente que la economía moderna nos impulsa a la utopía de que todos tenemos que ser empresarios, es decir, gente que trabaja por cuenta propia.
No queremos decir que esté bien o mal.
Simplemente debemos tomar nota de este hecho avasallante que es reflejo de una tendencia mundial.
Pareciera que en el futuro, cada uno de nosotros deberá preguntarse: "¿Qué es lo que yo estoy en condiciones de ofrecer a los demás mejor que nadie? Bueno, eso será mi empresa en adelante.
A perfeccionar esa habilidad deberé dedicarme con ahinco: Deberé comunicarlo a toda la gente que me rodea y más aún: deberé abrir una página web para que el mundo entero tome noticia de ello.
Deberé hacer "marketing", elaborar una imagen pública de mi actividad y pensar en términos internacionales y no meramente locales.
Pensar que debo conquistar a clientes que pueden estar no sólo en mi barrio, sino en la India o en Dinamarca".
Eso es lo que se llama "globalización".
¿Suena un poco absurdo, no es cierto? Así es, pero es mejor que nos vayamos acostumbrando a pensar en cosas extravagantes como esa, pues el desarrollo vertiginoso de las técnicas de la información, hará que el mundo entero se transforme en una aldea y muchas cosas nuevas aparecerán para cambiarnos el modo de vida tradicional.


Por todas partes vemos cajeros automáticos, contestadores automáticos, aparatos de todas clases que de una forma u otra hacen el trabajo de muchos empleados.
Que hacen lo mismo que el ser humano, pero sin equivocarse, mucho más rápidamente, trabajando las 24 horas del día y sin protestar.
El aparente "progreso" tecnológico revela, simultáneamente, un lado oscuro y siniestro que es un drástico desplazamiento de mano de obra.


Otros empleos nacen, es claro, pero: ¿alcanzarán para todos los desplazados? Esta es la pregunta del millón.
Se la han formulado economistas de todos los países y nadie sabe dar una respuesta adecuada acerca de cómo enfrentar el problema para evitar la marginalidad y exclusión de gran parte de la población.


Es evidente que no se puede pretender que todo el mundo se transforme en empresario.
Por ello la mano de obra desocupada tiende a traducirse socialmente en delincuencia, drogadicción, alienación mental, problemas de convivencia, agresividad, etc.
Algunos directamente condenan el desarrollo desmesurado de la tecnología, pero las recetas de ir contra el sentido de la historia nunca han dado resultado.
En todo caso, debería contarse con un consenso universal, lo cual es una ilusión.


Pero como somos unos optimistas incorregibles nos atrevemos a recordar que el ser humano siempre ha hecho, de las dificultades con las que tropezó en su historia, un trampolín para desarrollar nuevas capacidades.
Pongamos por caso el de la pintura.
Cuando a fines del siglo XIX se inventó la fotografía, luego del primer impacto, los pintores debieron aprender a desarrollar nuevas técnicas y de allí surgió el arte moderno y las tendencias no figurativas.


De todos modos, cabe sugerir que a los problemas no se los debe abordar con desesperanza ni resentimiento.
Sobre todo, debemos desechar el camino fácil y engañoso de buscar un chivo expiatorio.
Es decir, debemos evitar buscar algo o alguien a quien echarle la culpa de lo que está pasando para lograr la ilusión de librarnos del problema.
A las dificultades hay que enfrentarlas con naturalidad, observándolas objetivamente, desarrollando la imaginación y escuchando a los que saben.
Con respecto a esto último, es oportuno citar algunas recetas que da Paul Kennedy (*) para que la gente puede prepararse y sobrevivir al impacto social creado por las nuevas tecnologías.
Dice este profesor de Historia de la Universidad de Yale, autor de varios libros, que la juventud de hoy, frente al futuro laboral, tiende a pensar que lo acertado es dominar la computación y graduarse en ciencias de la comunicación.
Sin embargo, dice, existe el peligro de que ese mercado se sature pronto y que es mejor desarrollar habilidades humanísticas.
Esto es: desarrollar la capacidad de comunicarse con los demás, estudiar cosas tales como política, negocios internacionales y sobre todo, lenguas.


Parecería esto último algo insólito, desde que todos sabemos que el inglés se va imponiendo en todo el mundo desplazando a todos los demás idiomas, pero el autor aclara el punto.
Dice que las colosales presiones que ejercen actualmente las compañías e instituciones internacionales para forzar la globalización del mundo, lleva a pensar que probablemente muy pronto la empresa donde uno trabaje formará parte de un conglomerado internacional.
Y que la importancia de dominar varias lenguas surge de haberse desatado una febril carrera por la conquista de nuevos consumidores en todas las regiones del planeta.


Kennedy dice que las mejores perspectivas de trabajo, de ahora en más, serán para los profesionales que algunos llaman "analistas simbólicos": Personas entrenadas para usar y analizar símbolos, flujos de datos, proyecciones de mercado, etc.
Debido a la globalización, este grupo de personas contará con una demanda internacional importante.
Como ejemplos de "analistas simbólicos", el autor menciona abogados especialistas en temas internacionales tales como las patentes, el "copyright", etc.
arquitectos e ingenieros proyectistas, etc.
Dice: "Por ejemplo, hoy llego a casa y encuentro un e-mail proveniente de un diario Japonés que me pide un artículo sobre el futuro de las relaciones nipo-americanas.
Voy a escribirlo, mandarlo por correo electrónico o por fax y el diario me depositará mis honorarios en una cuenta bancaria.
Este es un ejemplo sencillo -dice- de lo que es un analista simbólico satisfaciendo una demanda internacional.


El autor dice también que lamentablemente, continuaremos viendo la disminución de la demanda de mano de obra no calificada y también que las tareas de gerenciamiento a nivel medio, tienden a desaparecer por completo.
La automatización, en actividades tales como la bancaria o la de seguros, está haciendo el trabajo de escritorio cada día más redundante.
Lo mismo pasará con la tarea de quienes liquidan impuestos.


En realidad, reconoce que ninguna de las tecnologías actuales genera más empleo del que desplaza.
La robótica, la biotecnología y todas las derivadas de la informática requieren de especialistas y entonces desalojan más mano de obra que la que crean, lo cual constituye una novedad en la historia de la humanidad.
No obstante, siempre se requerirán personas que escriben y se comunican bien.


Hay además un número limitado de carreras que no sufrirán desempleo en el futuro y que tenderán a crecer.
Tales son: los médicos, los maestros, los agentes de seguridad en sus variadas gamas y también todas las actividades vinculadas con la recreación y el tiempo libre.
El autor dice que uno de los pocos países que está preparado para abordar el problema de la mano de obra desocupada es Alemania.
Afirma que desde el siglo 19 los alemanes aplican un sistema oficial de orientación profesional desde la escuela primaria que es sumamente eficaz.
"El joven Hans, dice, aunque no sea bueno en matemáticas, es un hábil cocinero.
Por eso, en los últimos tres años de la escuela secundaria, trabaja tres tardes por semana en la panadería local.
Acabado el ciclo, cuando otros alumnos ingresan a la Facultad, él irá a trabajar a una confitería en carácter de aprendiz y su ambición será llegar a ser "chef" en un hotel de cinco estrellas".


El error de sistemas educacionales como los de Estados Unidos o la Argentina, es estimular la autoestima del alumno por sobre todas las cosas.
Eso impide que, por ejemplo, pueda decírsele a cualquiera de ellos lo que se le dice en Alemania a Hans: "Tu amigo Dirk, que estudió contigo, hoy es "chef" en la Riviera francesa".
Los padres de los alumnos, en nuestros países, jamás admitirían una educación para sus hijos que no presuponga que están capacitados para desempeñarse en las profesiones más prestigiosas de la escala social.
Es así como hoy vemos, al menos entre nosotros, a gra-duados universitarios manejando taxis y a hábiles conductores regenteando quioscos.
Precisamos, al respecto, de un cambio drástico de mentalidad.


(*) Paul Kennedy es autor de varios libros, entre ellos: "Ascenso y Caída de las Grandes Potencias" y "Preparándonos para el siglo XXI", de los cuales hemos extractado las ideas cuya autoría le hemos atribuído en este artículo.

® Liga del Consorcista

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