(Artículo publicado Originariamente en el Número 1 de Hogar & Consorcio)
Quiero dejar en claro algo que el lector se estará preguntando y es el carácter espontáneo de este movimiento: Nosotros no somos apéndice de ningún sector de intereses.
De ningún grupo político ni económico.
Simplemente somos un puñado de profesionales que clamamos y exigimos un nuevo estilo en la vida pública argentina y en general, otra actitud frente a la cosa pública.
Desde el llano, como reacción sincera a un hartazgo general que todos, en mayor o en menor medida, sentimos.
Somos un puñado de personas que cree que el poder no es sólo función de los gobernantes sino de la gente, del hombre y la mujer que silenciosamente, con su trabajo y sus impuestos, hace posible y sostiene verdaderamente esto que llamamos Argentina.
Que cree que el poder es de todos y debe ejercerse todos los días.
Que no se expresa en grandes frases ni en slogans.
Que está hecho de pura cotidianeidad.
Como un esfuerzo constante por mantener los límites de cada uno dentro del conjunto.
Los propios y los ajenos. El poder social se manifiesta en el modo como miramos y cuidamos las cosas que son de todos.
La calle, los servicios públicos, los recursos naturales: el aire, el agua.
Y en un marco más reducido, los pasillos y escaleras que compartimos en los edificios que habitamos.
Los ascensores, los impuestos, los espacios.
Por eso es que la vida pública comienza en los consorcios y la palabra clave, tanto allí como en el país, es una sola: "ocuparse".
Por eso si en los consorcios hay corrupción o democracia, solidaridad o indiferencia, es por culpa de nuesta desidia, y eso mismo pasa en el país.
En primer lugar, nosotros clamamos por un estilo de vida serio y constructivo.
Basta de lamentarnos, señores.
Basta de exacerbar lo malo y sobre todo, a los grandes medios de comunicación les decimos: basta de morbosidad en las noticias, que la sensibilidad de la gente tiene un límite.
Abrimos el periódico o encendemos el televisor y con resignación nos disponemos a sufrir, pasando revista a todo lo negativo que pueda haber en el mundo.
No es que querramos negar la realidad, pero sí la distorsión, el ocultamiento de las buenas noticias en favor de las malas.
Por otra parte, es oportuno decir también que tendría que avergonzarnos esa nueva moda de andar maldiciendo esto o lo otro: "maldita policía, maldita droga, malditos impuestos" o lo que fuere.
Nada es maldito, sino el que maldice.
Acá se está abusando demasiado de los golpes bajos.
Muchos de nosotros estamos hartos.
Mucha gente piensa como nosotros y estamos dispuestos a decirlo.
A gritarlo si es preciso: "No queremos vivir en una sociedad permisiva y timorata, que mira con escepticismo e incredulidad el futuro.
Ni tolerar en silencio la corrupción en cualquier nivel que sea, ni admitimos que nuestros jóvenes hagan colas en las embajadas porque no encuentran oportunidades en su país".
La salida no es Ezeiza, sino la voluntad de organizar una comunidad en serio.
Debemos encarar una cruzada de rescate de la racionalidad y la sensatez, únicos pilares que hacen posible la convivencia en todos los ámbitos.
Y sobre todo el respeto por el prójimo.
La consideración que merecen quienes trabajan o estudian y no tienen otras apetencias más que vivir en paz.
Exigimos respeto por los millones de personas que no trepan, que no luchan a codazos por acercarse a la mesa del festín.
Que deben ser protegidas por quienes los cargan con impuestos.
Esto no es un movimiento político, de ningún modo.
Nosotros no queremos "puestos de privilegio ni manejar fondos públicos" -que eso, lamentablemente, parece ser el ideal de la gente que se acerca a la política desde hace mucho tiempo.
Nos sentimos avergonzados del modo como desde siempre se administra el dinero de la gente.
El insólito endeudamiento.
Y la ligereza con que se tratan temas tan importantes como el de la administración de la salud, la educación, la seguridad o la necesidad de un seguro de desempleo decente y para todos.
La indiferencia frente a la enorme cantidad de muertes que ocurren por falta de capacidad para ordenar el tránsito.
La serie de perturbaciones que sufren quienes trabajan y son impedidos de concurrir a horario a sus empleos porque a éste o a aquél grupo político se le ocurre vociferar demandando lo que debiera discutirse en el Parlamento.
En suma: el desprecio por la ley, que, como decía Rousseau, debe ser un verdadero yugo.
El único yugo válido entre personas libres.
Queremos que se tome conciencia de que el poder pertenece al habitante anónimo y no a los que se "alzan" con los votos.
La República está enferma y la única manera de curarla es asumir cada uno sus responsabilidades, pues la voluntad de cambio y la imposición del orden comienza en cada uno de nosotros.
No estamos predicando en favor ni en contra de las autoridades ni a favor ni en contra de los grupos que se disputan el manejo del dinero de los impuestos.
Estamos simplemente llamando a la gente a la reflexión.
La corrupción es corrupción, así se trate de un gran negociado, de un empleado que sólo se presenta a su trabajo el día 29 a cobrar, como de una factura de servicios donde se nos cobra de más.
Lo que queremos señalar es que si cada uno de nosotros se decide a cambiar, votando con inteligencia, repudiando las listas sábanas donde se infiltran los ineptos, haremos verdaderamente un país donde sea digno vivir, empezando a funcionar como una sociedad civilizada.
La culpa no la tienen quienes mal administran, sino nosotros, cada uno de nosotros.
Por no participar, por no controlar, por no exigir.
Debemos comprender que este estilo de vida no va más.
Siento mucho si esto suena, tal vez, como una arenga política.
No ha sido esa mi intención.
Pero desde hace cinco años nos venimos dedicando por entero a orientar a propietarios, inquilinos, administradores y encargados de la Propiedad Horizontal y esa es la inquietud que ellos transmiten: La gente está ávida de justicia, de ética, de transparencia, de un manejo racional del dinero de todos, así sea en los edificios como en el país.
De alguna manera, este embrión de revista que hoy nace, es expresión auténtica de ese deseo.