En esta nueva edición de Internet para todos, he de contarles una historia que me ha tocado vivir personalmente y que, en mi opinión, amerita reproducirla en estas páginas virtuales, por la índole del tema.
No he olvidado que muchos me han solicitado que en los próximos números de Hogar & Consorcio explique con detalle, cómo configurar las cuentas de email en el Outlook Express, pero eso, lo prometo, será para el próximo número.
Su nombre es Ernesto, y se trata de un hombre mayor, de prominente barba, que se ha quedado completamente calvo.
Vive solo, en un departamento de Recoleta, y tiene como única compañía su viejo bulldog, quien se le parece bastante, por lo robusto y lo malhumorado.
Su hijo mayor se casó hace años y se fue a vivir al Sur, y su hija menor, casada también, ha emigrado recientemente a Italia.
Dado que el hombre es viudo desde hace ya muchos años, el único miembro de su familia que ha quedado viviendo con él, es el perro.
Estos detalles, si bien pueden parecerle triviales al lector apresurado, resultan sumamente importantes para el buen desarrollo de la historia.
Don Ernesto es el retrato de muchos de nuestros ancianos, que día a día padecen del síndrome de la soledad, la que se va acentuando en sus vidas conforme pasan las horas, las semanas y los años.
La vida acelerada que vivimos nos impone un ritmo que no siempre es el de nuestros abuelos, y las más de las veces, no los vemos porque no tenemos tiempo.
Todo esto viene a cuento, porque Don Ernesto estaba en esa situación, hasta que decidió cambiar.
El tiene la edad que tendría mi abuelo si viviera, y justamente era amigo de mi abuelo.
Desde que éste murió, de tanto en tanto nos hace una visita, y el tema de internet surgió al poco tiempo de viajar su hija a Italia.
Don Ernesto era, como diría el dicho, un perro viejo que no quiere aprender trucos nuevos.
Y era cierto.
Tanto él como su perro eran total y absolutamente rutinarios.
Todos los días eran para ellos casi exactamente iguales, pero el anciano poco a poco estaba perdiendo la alegría debido a la gran melancolía que sentía por su hija, ahora tan lejos de casa.
Entonces, un día y con gran esfuerzo, lo convencí de entrar a Internet para que le mandara un email desde la computadora que tengo en casa.
Naturalmente que tan sólo accedió a observar la pantalla desde lejos y dictarme las frases que le mandaría a su hija.
De tanto en tanto, cuando la conexión fallaba o se volvía lenta, murmuraba ciertas cosas por lo bajo que, imagino, serían comentarios dirigidos al aparatejo, como él delicadamente denominaba a las computadoras.
Entonces ocurrió algo bastante inesperado: a los dos minutos de enviar el email, como aún estaba conectada a Internet, recibimos una respuesta, de su hija la que, desde Italia daba la casualidad de que estaba conectada también.
Los ojos de Don Ernesto se iluminaron, maravillados por esta nueva forma de conexión con su hija, mucho más económica y rápida que llamarla por teléfono.
En poco tiempo, el anciano caballero cobró gran interés por Internet y los emails.
Como no tenía computadora en su casa, acudía prácticamente todos los días al locutorio que tenía en la misma manzana de su edificio, para abrir los emails que le enviaba su hija a la casilla de correo que le ayudé a crear.
Se tomaba una hora entera para escribirle al detalle cómo transcurría su vida aquí, en Buenos Aires.
Poco a poco, empezó a explorar aún más las posibilidades que le brindaba Internet, puesto que se suscribió a boletines y revistas virtuales sobre arte, que había sido desde siempre su pasión, y empezó a contactarse con gente amante de la pintura alrededor del mundo, concurriendo a los foros virtuales que encontraba sobre el tema.
La virtualidad le daba un anonimato que le permitía discutir sobre todo tipo de asuntos sin importar la edad o sexo de su interlocutor, puesto que ninguno de los participantes, en los foros virtuales, conoce a ciencia cierta con quién está hablando.
Don Ernesto, poco a poco, comenzó a rejuvenecer de carácter, puesto que dejó de quedarse todo el día en su casa, rezongando sobre su solitaria vida, y comenzó a vivirla nuevamente, puesto que ahora, como jubilado, tenía mucho más tiempo para dedicarle a su nuevo pasatiempo de juventud, el que había sido postergado por el trabajo y la familia.
ESTA HISTORIA PUEDE PARECER FANTÁSTICA, PERO ES LA HISTORIA MÁS REAL QUE JAMÁS HAYA CONTADO.
DON ERNESTO EXISTE, ES UNA PERSONA DE CARNE Y HUESO, Y TIENE CASI 90 AÑOS.
AL CONTEMPLARLO ES UN ANCIANO, PERO AL LEER LO QUE DIARIAMENTE ME ESCRIBE, POR MOMENTOS, CASI LO OLVIDO.
REALMENTE MUCHAS DE LAS PERSONAS QUE HAN ENVIADO EMAILS A NUESTRA FUNDACIÓN, SON PERSONAS MAYORES QUE HAN TENIDO EL VALOR DE ENFRENTARSE A NUEVAS REALIDADES, A NUEVOS DESAFÍOS, Y LO HAN HECHO CON ÉXITO.
Todo el país
Internet para Combatir la Soledad
Este artículo ha sido publicado originariamente por el número 4 de nuestra revista Hogar & Consorcio, y reeditado en México, por el sitio www.eradiomx.com
estela |
Me gustaría por este medio tener con quien charlar y cambiar opiniones, tengo 70 años, y me encantaría poder tener amigos/as con las cuales comunicarme., algunas veces un comentario o charla oportuna hace que nos sintamos mucho mejor
Usuario Anónimo |
ojala me pueda contactar con gente de italia,saludos atodos roberto
Usuario Anónimo |
Es muy cierto! muchas personas viven en la actualidad solitarias y marginadas muchas veces por no saber usar la computadora. Lo lindo es cuando alguien se toma el tiempo para ensenar a otros y ayudarlos como a don ERnesto. Ojala pensaramos todos que puedes darle vida a otro ser humano cuando todo le parezca ser el fin.