Hasta hace algunos años, las políticas de las naciones se dividían en derechas e izquierdas.
Las derechas, poniendo énfasis en la producción de la riqueza, y las izquierdas, acentuando la necesidad de distribuirla entre los desposeídos.
Los partidos políticos se enorgullecían embanderándose detrás de uno u otro de esos paradigmas, y así fue que, por mucho tiempo, el juego de ambos vino a ser, por así decirlo, el motor de la historia.
Sin embargo, ese esquema, fundado sobre la base de la oposición entre una clase de patrones y otra de obreros, hace tiempo que ha desaparecido.
En parte, debido al fenómeno de la globalización, y en parte por el fabuloso desarrollo de las tecnologías de la información, lo cierto es que hoy en día, en todos los países se nota, al respecto, un cambio sustancial.
Las derechas y las izquierdas se han confundido unas con otras, apareciendo en su lugar simplemente "los de arriba", y "los de abajo", es decir, los que poseen algún poder, y los que carecen de todo poder.
Los poderosos, y los débiles.
La imagen pertenece a Rebelión en la Granja, película británica animada de 1954 basada en la obra de George Orwell "Animal Farm" de la que surge aquella famosa frase "All animals are equal, but some animals are more equal than others." (todos los animales son iguales, pero algunos son más iguales que otros)
Por un lado, se alinean las clases que deciden: políticos y empresarios, gremialistas y periodistas estrella, junto a burócratas de todos los pelajes y verdaderos ejércitos de funcionarios estatales y privados, gerentes de grandes empresas y dirigentes de gremios, colegios profesionales, partidos políticos, organizaciones académicas, religiosas, culturales, deportivas, recreativas, etc., etc. Todos ellos configurando una nueva y poderosa clase social.
Por otro lado, la mayoría anónima de personas que trabajan durante todo el día con sus manos o sus mentes, para producir la riqueza de todos, sin tiempo para ejercer el arte del discurso, organizar, concertar ni militar.
Los dirigentes de las grandes entidades, públicas y privadas, por su parte, están cada día más alejados del común de la gente.
Cada vez más allá del bien y del mal.
No se hacen ver, no reciben.
Encontrarse "en reunión" ha pasado a ser sinónimo vulgar de "no quiero atender".
La cuestión existe y es una realidad cotidiana.
Los derechos de los consumidores son pisoteados sin piedad, ignorados en una sociedad cada día más tecnificada.
La informática, genial invención que debiera facilitar la prestación de servicios a nivel masivo, es utilizada por las grandes empresas para aumentar sus ganancias, suprimiendo personal.
De un lado, el cliente de carne y hueso.
Del otro, una voz grabada o una musiquita reiterativa que nos destruirá los nervios.
Si por acaso somos atendidos, tendremos que marcar los números que un disco nos indique y esperar, taciturnos y melancólicos, a que por fin se nos diga qué tenemos que apretar para encontrarnos con una voz humana.
Y si al final la encontramos, como la perla en un pajar, el anónimo de turno, con toda cordialidad, las más de las veces nos dirá que "no es allí donde debemos dirigirnos", o que "no es el procedimiento adecuado"; o que no sabe, o no puede, dando a entender que simplemente, no le importa.
Por lo general, cuando contratamos un nuevo servicio o efectuamos una compra, el sistema marcha a las mil maravillas.
Pero; ¿qué pasa con los reclamos? Ah, mi querido lector, eso es cosa de otro mundo.
Otra galaxia.
Si, por ejemplo, compramos un artefacto electrodoméstico en alguna de las mega empresas del sector y resulta que el aparato no sirve...
bueno, se nos dirá que tendremos que dirigirnos a la sección "Reclamos", que no está allí, sino en otro edificio, al término de un tortuoso procedimiento.
Y al final nos enteramos que se trata de otra empresa.
Y si, por desgracia, nos quedamos sin luz, existen a nuestra disposición varios números de reclamos, voces enternecedoras, números adicionales por doquier, pero en definitiva, todo burla.
Así las cosas, pensamos que, viviendo en una República, podremos acudir en última instancia a la Justicia.
¡Claro que sí! Pero, ¿quiénes son los directivos de las empresas a las cuales queremos demandar? ¿Dónde se encuentra la sede social, para poder remitirles siquiera una carta documento? Misterio.
No existe norma alguna en nuestro país que obligue a los titulares de páginas web a dar a conocer el domicilio de sus sedes y los nombres de sus responsables.
Pero aún en caso de que, investigando, identifiquemos a sus titulares, ¿qué nos espera si quisiéramos iniciar acciones legales? Sin duda, varios años de pleiteo. Es sabido que la ley ha previsto la obligatoriedad de efectuar una mediación previa.
Pero por lo general, las grandes empresas no concurren a ellas, o mandan a sus abogados con instrucciones dilatorias o para abortar el procedimiento...
Pero supongamos que, desalentado, el consumidor resuelve finalmente encerrarse en su habitación a meditar, juntando fuerzas para ser optimista a pesar de todo.
En este caso, se encontrará aún con otra novedad.
Será interrumpido por varios llamados telefónicos efectuados por aquellas empresas, perturbando su tranquilidad ofreciéndole bienes o servicios de toda clase, haciendo de su teléfono, una especie de shopping al revés.
Sin palabras.
Ahora, que ha comenzado ya la carrera que conduce a la Presidencia de la República, cabría preguntarles a los candidatos que se postulan a ella qué opinan sobre el tema y si tienen proyectos concretos para defender a esta nueva y castigada clase social de cuyo voto, dependen.
También habría que aconsejarles que se abstengan de interrumpir la tranquilidad de los hogares con telemarketing, porque ellos también suelen incurrir en ese verdadero atropello a la intimidad.