Es triste comenzar el año nuevo tratando un tema como éste, pero es necesario hacerlo, porque quienes nos conocen saben que no solemos usar el tiempo de nuestros lectores para hablar de otras cosas que no sean realidades tangibles.
Por ello es que nuestros boletines no aparecen obedeciendo a una frecuencia predeterminada, sino cuando las circunstancias lo ameritan.
Y esta, lo exige, verdaderamente.
Lo que nos viene ocurriendo es tan triste y real como que multitud de familias, ancianos, niños y personas discapacitadas han sido castigados con la privación de una energía eléctrica que pagan, sin ascensores y en muchos casos sin agua potable, encerrados en los pisos altos de sus edificios durante días, o de manera sorpresiva, repetitiva y sin aviso ninguno.
También resulta dramático ver a muchísimos comerciantes que han debido tirar a la basura los productos perecederos de sus negocios por no poder mantener encendidas sus heladeras.
Todo ello en uno de los más tórridos veranos que registra la historia de nuestro país.
La cuestión que surge ahora es: ¿quién se hará cargo del pago de los ingentes daños morales y pérdidas materiales causados a la población? Legalmente hablando, no quepa la menor duda que los responsables directos son las Compañías Eléctricas encargadas de prestar el servicio, y el Estado Nacional, que las ha contratado y mantiene todo un aparato burocrático específicamente encargado de supervisar sus prestaciones.
Pero lo que debe llamar a la reflexión, es que, con toda seguridad, esos pagos, cuando se verifiquen -si es que alguna vez ocurre- serán desembolsados en última instancia por los contribuyentes.
Es decir, por todos los habitantes, incluidas las mismas personas que sufrieron las consecuencias desastrosas de la privación de energía.
Estos hechos debieran ser un serio llamado de atención a todo el espectro partidario, sobre la verdadera función del político dentro y fuera de las esferas del poder, que debiera ser estudiar y capacitarse para servir a la población. Estudiar para saber prever, para saber organizar, para saber desarrollar el arte de la política con estilo, inteligencia y dignidad, sin demagogia.
Porque de esa manera se sentirán mejores personas y recuperarán el prestigio que la ciudadanía hoy les niega.
En primer lugar, debieran aprender que el pueblo siempre demuestra ser más lúcido de lo que creen.
Por más carteles y pancartas que desplieguen y más paredes que ensucien con leyendas, en esta época la gente sólo los va a votar cuando comuniquen proyectos sensatos e inteligentes o demuestren haber desarrollado una buena gestión.
Felizmente, hace tiempo que se acabó en nuestro país el voto incondicional y la carta blanca.
Las personas emiten el sufragio con más sentido común del que sus dirigentes imaginan.
Lamentablemente, la verdadera tragedia que ha sido y es esta interrupción del servicio eléctrico, volverá a ocurrir si quienes detentan el poder público, en todos los niveles, siguen festejando con alegría cuando ganan una elección como si hubieran sacado la lotería, en lugar de meditar seriamente sobre la gran responsabilidad que implica gobernar y administrar el dinero de todos.
Es hora de acabar con el país de la imprevisión.
Año a año aumenta el consumo eléctrico y no se adoptan las medidas adecuadas para satisfacer la mayor demanda.
Se estimula la construcción, por un lado, pero no se asegura la provisión del mayor caudal de agua y electricidad necesario para cubrir el consumo de los futuros moradores.
Esto no es gobernar, señores.
No nos interesan proyectos de leyes dirigidos a homenajear a nadie, ni cambiar el nombre de las calles, ni consagrar ninguna tontería como el día del asado. El pueblo argentino quiere dirigentes a su altura.
Cuando están en campaña, los postulantes a cargos oficiales suelen hacer proselitismo recorriendo los distintos barrios.
Pero a la gente le gustaría que miraran al cielo.
Verían marañas de cables tendidos sobre los techos, de vereda a vereda.
Algunos de electricidad, otros de video, otros de telefonía.
Por favor, miren al cielo, muchachos.
¿Vamos a esperar a que algún vendaval los corte y alguien se electrocute?
También sería conveniente que se fijen en la calidad de los nuevos edificios que se construyen.
Veamos la foto siguiente, seleccionada al azar.
Notemos que las paredes medianeras se han levantado con ladrillos de canto.
¿Eso no les llama la atención? ¿Nos dedicaremos a rezar para que jamás haya un temblor en Buenos Aires, o estudiaremos la legislación vigente para imponer mayor calidad edilicia?
A propósito de la conocida frase de Sarmiento: "educar al soberano", que aludía a la necesidad de educar al pueblo, verdadera fuente de soberanía, en esta coyuntura, sería más importante decir: "educar al dirigente".
A estudiar, señores! Basta de forcejeos y retórica!