Cuando un Partido político gana las elecciones, así haya sido por un solo voto a su favor, es deber cívico y moral de toda la población apoyarlo hasta que agote su mandato.
No entenderlo así es puro fascismo, lo cual quiere decir obstinación, prepotencia y sobre todo ignorancia, porque se confunde la elección, con un juego de azar.
No se puede desmerecer al partido que ganó "por pocos votos", del mismo modo como no puede decirse de una mujer que está embarazada, "pero poco".
Ganó o perdió.
Está embarazada, o no lo está.
Pero así como la población debe apoyar al gobierno, sea cual fuere su preferencia política, también es deber ineludible criticarlo en lo que está mal.
Este gobierno, que ha concitado tantas buenas expectativas en una población cansada de prepotencia y fanatismo, no ha sabido interpretar que en realidad, fue este hartazgo el móvil que le dio el triunfo en las urnas y no el deseo de volver a las políticas liberales a ultranza de la Revolución Libertadora, Martínez de Hoz, Menem o Cavallo.
Lo mismo ha ocurrido con el Partido que perdió.
No ha hecho una autocrítica.
Nadie quiere volver a sufrir los excesos de las políticas dirigistas.
Nadie quiere volver al despilfarro incontrolado, el clientelismo y la corrupción descarada.
Todos sabemos que el liberalismo sirve para producir riqueza, pero no para distribuirla equitativamente, mientras que el dirigismo sirve para distribuirla, pero no para crearla.
Entonces, es obvio que la tarea del político es lograr compatibilizar ambas políticas para lograr una gestión eficaz.
La historia actual ofrece excelentes ejemplos de este tipo de gestiones: En primer lugar, los países del norte de Europa y sobre todo, China.
Pero claro, lamentablemente, hay que estudiar.
Nuestros políticos son incapaces de concebir que para desempeñar su tarea, deben estudiar.
Y no deben rodearse sólo de amigos, sino de asesores expertos en cada tema.
Porque hay algunos problemas que requieren soluciones liberales, y otros, soluciones dirigistas.
O medidas temporalmente de una u otra categoría.
Por el contrario, ellos se enquistan en el concepto de "militancia", que no significa otra cosa que la confesión de ser esclavo de una idea sin ser capaz de salir de ella, mejorarla o ponerla en cuestión.
No les repugna siquiera la semejanza con la palabra "militar".
El que milita, se compromete con una idea o un grupo , sea cual fuere la necesidad que la realidad le señala.
No representa al pueblo.
El político de ley, en cambio, piensa, valora, sopesa y juzga en cada ocasión la política o medida que sea más conveniente para los intereses de la Nación.
Nuestro gobierno requiere de un inmediato cambio de rumbo.
En primer lugar, debe despedir a su cohorte de asesores y reemplazarlos por otros más idóneos.
No es lo mismo asesorar para ganar una elección que asesorar para hacer una buena gestión de gobierno.
¿A quién se le ocurre haber organizado un "Mini Davos" -por ejemplo- para invitar a los capitalistas "a invertir"? ¿Hay alguien en este mundo que ponga su plata allí donde le piden que lo haga? No puede concebirse mayor ingenuidad! Lo que se logra, es el efecto contrario.
No obstante las delicias del ágape con que se los agasajó, el pedido despertó recelos, como es natural.
Hagan un buen gobierno y los capitales van a venir sin llamarlos.
Otra ingenuidad es creer que reuniendo gerentes de empresas se integra un buen equipo de gobierno.
Dicen que Teresa de Ávila dijo una vez: "Por Dios, que no nos gobiernen los sabios, ni aun los santos...que nos gobiernen los prudentes".
Y este gobierno ha cometido muchas imprudencias.
Por ejemplo, en el caso de la corrección de tarifas públicas, por más que los libros contables lo aconsejaran, aumentarlas de un plumazo a niveles astronómicos, es imprudencia pura.
¿No se calculó el impacto que esos aumentos irían a incidir en el bolsillo de los trabajadores? En estos casos, si se desconoce el modo de instrumentar una política gradualista, hay que encontrar a quien sepa hacerlo y despachar al Ministro incompetente.
Incluso sería viable contratar a un experto de otros países.
Otra ingenuidad es carecer de un MInistro que tenga a su disposición los resortes de toda la economía.
Sabemos que la economía es semejante a una enorme máquina donde uno aprieta un botón y no sabe qué timbre va a sonar.
Por eso la unidad en la conducción, es fundamental.
Las divergencias que se notan en el actual gabinete deberían encender la luz roja sobre la necesidad de adoptar las medidas correspondientes.
Respecto a la inflación, ¿cómo no se instrumenta una ley para evitar el verdadero latrocinio de los Supermercados? ¿Es posible que en el rubro alimentos, se tolere que ellos compren un producto a 100 pesos, por ejemplo, y por el simple hecho de exhibirlo en las góndolas lo vendan a 200, 300, o más? No estoy sugiriendo restringir la libertad de mercado, de ningún modo.
Pero sí que el Estado debería desalentar esos excesos, gravando con altos impuestos toda ganancia mayor a un porcentaje razonable.
Eso es lo que se espera de un buen gobierno: imaginación y valentía en defensa de la población que confía en él.
Porque sea cual fueren las estadísticas del INDEC, el precio de los alimentos de expendio en los Supermercados es el componente básico de la inflación.
No hacen falta muchos artilugios numéricos para darse cuenta que allí está la causa principal de una enfermedad que afecta primordialmente a quienes gastan casi todo su sueldo en comer.
Finalmente, otro gran déficit que acusa esta administración es la falta de idoneidad en el manejo de la inseguridad.
¿Cómo es posible tolerar que bandas armadas con palos y con la cara cubierta, amedrenten a la población civil bajo la total indiferencia de las fuerzas del orden? ¿Cómo es posible que cualquier grupo de manifestantes corte las calles con total desprecio por quienes deben transitar para concurrir a sus obligaciones, o a atender alguna emergencia? Nuestros gobernantes vienen confundiendo el derecho a manifestar, con el derecho a amenazar, a extorsionar, a intimidar.
Parece que en el ejército de asesores que disponen, no hay ninguno que les recuerde el texto expreso del Art.
211 del Codigo Penal Argentino, que ordena lo siguiente:
"Será REPRIMIDO con prisión de dos a seis años, el que, para infundir un temor público o suscitar tumultos o desórdenes, hiciere señales, diere voces de alarma, amenazare con la comisión de un delito de peligro común, o empleare otros medios materiales normalmente idóneos para producir tales efectos..."
Las autoridades del área debieran explicar el incumplimiento de tal norma, pues de lo contrario, estarían ellas mismas incursas en complicidad, confesando además, la incapacidad manifiesta para el desempeño de sus cargos.
Son muchos los problemas, somos conscientes de su complejidad y sabemos que nada puede solucionarse de la noche a la mañana.
Pero sí, con todo respeto y la mejor voluntad de colaborar, señor Presidente, nos conformaríamos con una toma de conciencia de su parte, acerca de la necesidad de corregir inmediatamente el rumbo, antes de chocar con el témpano.
Por lo menos, designar ministros idóneos y experimentados, de cualquier origen, sean o no "de lujo".