Los argentinos estamos peligrosamente empantanados en un fenómeno que parece insuperable llamado "grieta".
Todos los ciudadanos sensatos, dentro y fuera del país, se hacen la misma pregunta: ¿Por qué no se une la gente en paz, respetándose mutuamente como seres civilizados para dialogar, buscar soluciones que a todos beneficiarían y crecer como país? Y la respuesta es que existe entre ellos una grieta que lo impide y los separa en dos grupos como si fuesen enemigos.
Lamentablemente, nuestra nación, que un día supo ser líder en el mundo en muchos aspectos, hoy se desliza por un barranco que parece imposible de comprender, detener y remontar.
¿Qué es lo que nos pasa a los argentinos?
Más allá del estéril palabrerío que escuchamos a diario desde los medios de comunicación, muchos de ellos de boca de sesudos intelectuales, vendría bien hoy escuchar alguna voz proveniente de la familia urbana, porque el problema a todos compete.
En este caso, de aquellos que no nos hemos embarcado en la profesión política simplemente porque para nosotros, la mejor política es militar en las filas del trabajo o el estudio silencioso.

Y nuestra reflexión es la siguiente: Aunque no nos demos cuenta, quien posee firmes convicciones y pretende que los demás lo sigan, en el fondo, siempre obedece al mandato oculto de una idea, una creencia o un prejuicio oculto que lo anima.
Y como todo en la vida, los existen buenos y malos, edificantes y perniciosos.
En el caso de la dirigencia política actual, una de esas ideas perniciosas se ha infiltrado como un virus maligno desde hace casi un siglo y ha proliferado enormemente causando mucho daño.
Se trata del "fascismo", una ideología que germinó en su momento en las cabezas de un puñado de intelectuales italianos y alemanes y se basa en la "prepotencia".
Prepotencia es creer que nosotros somos los dueños de la verdad y en consecuencia, tenemos el derecho de imponer por la fuerza nuestra voluntad a los demás, pasando incluso por encima de las leyes.
Cuando Hitler asumió el poder en Alemania, incendió el Reischtag, el palacio de Congreso, como símbolo sensible de esa prepotencia ideológica.
El final de esa aventura ideológica, ya lo conocemos.
Entre nosotros, dicha raíz maligna fue introducida, paradójicamente, por un poeta, Leopoldo Lugones.
Fruto de ella fue la toma del poder público por los militares, el derrocamiento de Irigoyen y la serie de revoluciones y asonadas de uniformados que atormentó y horrorizó al país hasta el advenimiento de la democracia, en 1983.
Hoy en día, ese mismo virus está presente en lo que dicen y en lo que hacen ciertos políticos, aún desde los más altos estamentos del poder. Es prepotencia no aceptar la derrota en una elección, como así también la consigna que "aunque hayamos perdido, seguiremos la lucha hasta alcanzar nuestros propósitos".
En lugar de hacer una autocrítica, es prepotencia indagar "el por qué los ciudadanos votaron en contra de sus propios intereses", dando por sentado que ellos son los legítimos intérpretes de los intereses colectivos.
Dicha actitud, además de ser prepotencia, significa ponerse al margen de la ley, porque si la ley instaura elecciones, es para determinar claramente a quién le toca gobernar según el voto de la mayoría y punto, aunque esa mayoría se haya ganado por un solo voto.
ESTE ES EL VERDADERO PRINCIPIO DEMOCRÁTICO QUE EVITA TODA GRIETA.
Y es de buena formación ciudadana aceptar que quien gana, debe gobernar y QUIEN PIERDE, AUNQUE DISIENTA, DEBE ACOMPAÑAR, principio que impera en todas las naciones civilizadas.
A esta altura de la historia nadie puede ignorar que el liberalismo sabe crear riqueza pero no sabe distribuirla con justicia, mientras que el socialismo sabe distribuir, pero no sabe producir.
Recordemos que en tiempos de la Unión Soviética, Rusia importaba trigo y alimentos.
Entonces, señores, ¿por qué no intentamos conciliar ambos regímenes, como lo han hecho otros países? ¿Por qué no sabemos tomar lo mejor de cada régimen y conjugarlo, teniendo en cuenta nuestra realidad nacional y nuestra idiosincrasia?
Pero para meditar en todo esto con seriedad, no hay que encerrarse en las propias ideas, sino que HAY QUE ESTUDIAR Y TRABAJAR CON SERIEDAD Y AHINCO, algo que nuestros políticos nunca hacen.
Pongamos un sólo ejemplo: pese a la enorme cantidad de asesores de que dispone cada legislador, nadie parece haberse enterado que tanto el gobierno actual como el anterior anuncian diariamente en el Boletín Oficial decenas de nuevos nombramientos de agentes de la administración pública que van a engrosar más aún las filas de ñoquis que el pueblo mantiene. En este sentido, los políticos se parecen bastante a los malos administradores de consorcios.
A todos habría que recordarles que son simples mandatarios, y que su tarea consiste esencialmente en gestionar fondos ajenos.
Para acabar con la grieta, tienen que superar la enfermedad de la prepotencia aquellos que la padecen, tomando conocimiento de que hace ya más de setenta años que la segunda guerra mundial enterró al fascismo.
Y en consecuencia, aprender a ponerse en los zapatos de quien piensa distinto para poder comprenderlo y dialogar con él buscando soluciones concretas a problemas concretos.
Naturalmente, si es que la Patria es, para ellos, sentimiento y no hueca alegoría.
Y la política, un servicio honroso a la comunidad y no un medio de vida.