Sin que nos resulten del todo claras las explicaciones que la Organización Mundial de la Salud, transmitidas por los medios, nos han hecho conocer sobre la llamada gripe porcina, y sin pretender soslayar ni minimizar la presencia de un virus particularmente virulento que ya ha cobrado vidas, me permito sugerir la posibilidad de arbitrar ciertos cambios en la manera de expresarnos.
Recuerdo la tristemente famosa gripe aviar y hoy el problema terrible que nos aflige con el dengue.
Todo eso me lleva a mirar la forma de saludo de los orientales.
Lo hacen con una inclinación de cabeza que conlleva una forma de expresar respeto hacia el otro.
Nunca dan la mano, como tampoco la dan los miembros de ciertas comunidades religiosas.
Apoyo y adhiero a esa forma de saludarse o de presentarse ante el otro.
El dar la mano ha tenido origen en la desconfianza del uno al otro.
Originariamente significaba dar muestra que no se portaban armas.
Por eso, ante la situación actual sería prudente consagrar otra forma de saludo, dado que ante los barbijos tampoco se ve lógico dar un beso en la mejilla.
Propongo entonces –con el mayor de los respetos hacia todos los que pudieran pensar distinto– acostumbrarnos a saludar del modo cortés y pulcro como es de práctica entre los orientales.
Tal vez ayudemos en algo a evitar tanto pánico.