Celebramos la decisión oficial de eliminar los subsidios a los servicios públicos en forma gradual manteniéndolos para aquellos usuarios que realmente los necesiten.
Pero especialmente aplaudimos a aquellos ciudadanos que, sin esperar la eliminación compulsiva, han renunciado voluntariamente a percibirlos.
Este último fenómeno, verdaderamente inusual en la Argentina, señala la tímida aparición de un noble sentimiento de solidaridad que esperamos se extienda a otros sectores.
Nos referimos específicamente a quienes cobran vergonzosas jubilaciones privilegiadas, confundiendo el derecho que les da la ley a percibirlas, con la indigna desigualdad que entrañan.
No basta con llamar a ciertos regímenes jubilatorios “especiales” para disimular su carácter de inaceptables, pues la Constitución Nacional ha derogado desde hace tiempo toda clase de privilegios entre los habitantes.
Por la injusticia que consagran frente al resto de la población trabajadora esas prestaciones –cuyos montos son, en muchos casos, verdaderamente extravagantes- debieran ser consideradas nulas de nulidad absoluta.
Con motivo del advenimiento del próximo año, permítasenos, desde la Liga del Consorcista, hacer votos para que se comprenda que la humanidad está comenzando a transitar por una época en la que todos ganamos o todos perdemos, superando la moral darwiniana de la lucha despiadada por la supervivencia individual.
Además, nunca es tarde para aprender a “sentir” la energía positiva de la solidaridad, más allá de su formal declamación.
Lo que distingue a una función prestada al servicio del Estado, de un trabajo común, es la cuota de ejemplaridad que deben exhibir los agentes públicos, estando o no en funciones.
No puede sentirse del todo bien quien sabe que el monto de su jubilación, adquirida en función de servicios especiales, es centenares de veces mayor que la de un obrero que ha trabajado toda su vida.
En momentos en que es necesario restringir los gastos del erario público, esos personajes debieran notar la afrenta social que implica tamaña desproporción, contribuyendo con una quita solidaria, sin esperar a que una ley valiente –que en algún momento, sin duda, se sancionará- acabe con esa injusticia.
¡Al que le quepa el sayo, que se lo ponga! ¡Feliz Año Nuevo