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"LA HORA DEL TERCER SECTOR": Asociaciones para todo y para todos

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Bajo este lema, el pasado lunes 14 de marzo nuestra Fundación organizó una media jornada en la sede del Defensor del Pueblo de la Nación, donde disertaron la Dra.
Rita Lidia Sessa, abogada auditora en jurisdicción del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y colaboradora de la Revista de Jubilaciones y Pensiones, el Dr.
Marcelo Brasburg, perteneciente a la Red de Abogados Voluntarios de la Fundación "Poder Ciudadano" y miembro del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) y el Presidente de nuestra Fundación, Dr.
Osvaldo Loisi.
Asistió como invitado de honor el Dr.
Facundo Biagosch, Abogado, Magister en Derecho Empresario y Profesor en la Universidad del Salvador y en la Universidad de Buenos Aires, quien también se desempeña como Inspector del Departamento de Asociaciones Civiles y Fundaciones de la Inspección General de Justicia.
En la oportunidad, el Dr.
Biagosch, quien es autor de varios libros sobre la temática, efectuó un ilustrativo análisis de su Proyecto de Ley de Asociaciones Civiles que viene a llenar un hueco en la legislación argentina y que actualmente cuenta con media sanción del Senado de la Nación.
Lea el texto completo del Proyecto clickeando aquí.
(Formato PDF) O descárguelo directamente en su computadora clickeando aquí. ******************** Dijo el Dr.
Loisi en la oportunidad En nombre de la Fundación Liga del Consorcista de la Propiedad Horizontal les doy a todos la bienvenida.
Como todos los segundos lunes de cada mes, la Liga del Consorcista organiza clases abiertas sobre temas de Propiedad Horizontal y también de interés general contando con la colaboración del señor Defensor del Pueblo de la Nación, Lic.
Eduardo Mondino y su equipo, quienes nos brindan generosamente el uso de estas instalaciones. Hoy nos congrega un tema del cual mucho se suele hablar pero poco se conoce, que es el Tercer Sector y en especial, las Asociaciones Civiles.
Para ilustrarnos, contamos, como siempre, con la presencia de la Dra.
Rita Lidia Sessa, auditora en jurisdicción del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social y colaboradora de la Revista de Jubilaciones y Pensiones y hoy también con el Dr.
Marcelo Brassburg, joven abogado recientemente incorporado a nuestro equipo, perteneciente a la Red de Abogados Voluntarios de la Fundación "Poder Ciudadano" y miembro del CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales).
A ambos agradecemos su presencia.
También debemos agradecer muy especialmente la presencia y colaboración de un invitado de honor.
Se trata de una de las más reconocidas autoridades en el tema, el Dr.
Facundo Biagosch.
El Dr.
Biagosch es Abogado, Magister en Derecho Empresario, Profesor en la Universidad del Salvador y en la Universidad de Buenos Aires y también se desempeña como Inspector del Departamento de Asociaciones Civiles y Fundaciones de la Inspección General de Justicia.
Lamentablemente no puedo extenderme mencionando toda su nutrida trayectoria, pero no puedo dejar de señalar que es autor de varios libros, entre ellos: “Asociaciones Civiles”, aparecido en el año 2000 y un tratado sobre “Organizaciones No Gubernamentales” editado recientemente, en el año 2004 y que considero uno de los trabajos más completos que existen hoy en Argentina sobre el tema de las ONGs.
Y además -por si fuera poco- es autor de un Proyecto de Ley de Asociaciones Civiles que actualmente cuenta con media sanción del Senado de la Nación.
Hace ya más de veinte años, un sociólogo y futurólogo norteamericano, Alvin Toffler escribió un libro que personalmente no me canso de recomendar llamado "La Tercera Ola" y que pese a su antigüedad hoy tiene plena vigencia porque los fenómenos que predecía entonces se han venido cumpliendo con pasmosa exactitud.
Toffler decía que cada día que pasa, en todo el mundo los poderes públicos se tornan más ineficientes y que ese fenómeno trasciende el hecho de que los políticos sean más o menos capaces u honestos.
Crudamente denunciaba entonces que el sector público de las naciones, esto es: los gobiernos, las legislaturas y las administraciones de justicia están al borde del colapso.
Que los despachos oficiales se ven atiborrados con asuntos y requerimientos de toda especie.
Y en algunos países hasta se ha legalizado la actuación de los "lobbistas", que son una especie de aceleradores de trámites" de dudosa procedencia en Derecho y sobre todo, desde el punto de vista ético.
Así las cosas, es evidente que en mayor o menor medida, todos los aparatos estatales se parecen hoy a elefantes en un bazar.
Y Toffler da una explicación a ese fenómeno: ello es así porque no saben evolucionar más allá de los moldes dentro de los cuales se ha previsto su desarrollo.
Han sido estructuradas sobre un paradigma o patrón antiguo, que es incapaz de adaptarse a las nuevas necesidades y problemas sociales.
De allí que quienes estamos fuera de la política veamos con preocupación que los diversos Partidos parecen cerrarse sobre sí mismos, perdiendo contacto con la ciudadanía y actuando corporativamente, casi a la defensiva de una sociedad que los acosa cada vez con más urgencias y necesidades. En verdad, no sólo el sector político fue cerrándose sobre sí mismo.
Lo propio ocurrió con el sector empresario.
Cada día que pasa las empresas parecen estar más lejos de la sociedad y más condicionadas por fenómenos transnacionales ajenos al entorno humano, es decir, a los clientes a quienes deben satisfacer.
Tanto es así que constantemente precisan acudir a costosas campañas publicitarias para sostener sus imágenes públicas y su presencia en el mercado. Como consecuencia de todo ello, las personas, los ciudadanos, los consumidores, el hombre y la mujer comunes, las nuevas generaciones, ven cada día que pasa más difícil su inserción en ese mundo del mercado, altamente sofisticado y competitivo.
En la época de Henry Ford o Thomas Edison era probable que alguien que iniciara una actividad industrial comenzara montando un modesto taller en un garage y luego de trabajar arduamente durante años, acabara poseyendo una gran empresa.
Sin ir tan lejos, entre nosotros podríamos también mencionar muchas grandes firmas argentinas que se han ido construyendo y desarrollando de esa manera, como los famosos "Bizcochos Canale", los alfajores "Havanna" y tantas otras.
Pero hoy resultaría imposible comenzar de ese modo, porque la calidad y el costo de cualquier producto que se pretende producir dependen de un mercado global altamente competitivo y desarrollado que exige contar con una tecnología que sólo puede proveer el capital.
Para montar una empresa, hoy, se debe contar con un capital que haga posible la adquisición de complejas tecnologías, estudios de "marketing", diseño de envases que resultan ser a veces más costosos que el producto mismo, campañas publicitarias y por si fuera poco, sobrellevar la agonía de una pesadísima burocracia que obliga al nuevo empresario a llenar decenas de formularios, tratar con decenas de oficinas distintas y comenzar inmediatamente a abonar impuestos por una actividad que en definitiva no sabe si resultará lucrativa o no.
De tal modo, la "actividad industrial" tal cual se conocía en la época de nuestros abuelos fue poco a poco desnaturalizándose, siendo absorbida por el sector financiero, el dinero, el captal, que por su propia naturaleza tiende a la concentración.
Siempre fue necesario contar con capital para cualquier actividad, naturalmente, pero hoy es más evidente que nunca que el capital y en definitiva, los bancos son los verdaderos protagonistas del mercado y no las empresas, ni mucho menos las personas. Este fenómeno tiene su origen, entre varios factores, en la aparición de las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que se suele llamar la "cultura de la Información".
La revolución tecnológica digital, que en realidad recién está en sus comienzos, es de tal magnitud que no resulta fácil vislumbrar cómo va a cambiar el mundo, cómo van a cambiar nuestros hábitos y hasta nuestra forma de pensar cuando termine de desplegarse totalmente.
Como todas las cosas, tienen estas tecnologías un aspecto positivo y otro negativo.Uno de los efectos más visibles, por ahora, es el dramático acortamiento de las distancias y en cierta medida la relativización de los espacios, que hace, por ejemplo, que muchas tareas se puedan realizar hoy desde la casa de uno, por Internet.
Pero también revelan un costado oscuro, que es el hecho de que todas, invariablemente, desplazan mano de obra.
Es conocido el caso de un Hospital en California que despidió al grupo de empleadas que procesaba diariamente los datos de los enfermos y ahora esa tarea la realizan en Calcutta, a través de Internet, empleados hindúes, que trabajan por un salario diez veces menor.
A partir del nacimiento de la era industrial, en el siglo XVIII y hasta hace pocos años, las máquinas concentraban fuerza de trabajo.
Así nacieron las grandes ciudades, atrayendo trabajadores rurales y concentrándolos en torno a las fábricas.
Aún hoy hay pueblos enteros donde todos sus habitantes viven del empleo de una sola fábrica.
En la era digital ocurre a la inversa.
Los programas informáticos son capaces de realizar muchísimos trabajos que hasta ahora eran privativos del ser humano.
Pero ¿adónde habrán ido a trabajar los miles de empleados bancarios que han sido eemplazados por cajeros atomáticos? ¿Cuál será el destino de la mano de obra que hasta hace poco alimentaba manualmente las cintas de montaje de las fábricas y fueron reemplazadas por robots que no necesitan salario, ni descanso, ni seguridad social? En definitiva, ese formidable impacto tecnológico viene produciendo graves desequilibrios sociales que se traducen en desigualdades en la distribución de la riqueza, la estabilidad laboral y la inserción social.
Aparecen en todo el mundo los desplazados, los sin techo, aquellos que quedan de pronto al margen de un mercado laboral diferente, que de pronto ha cambiado para ellos, que se hace progresivamente más pequeño y más especializado.
En todas partes del mundo civilizado aparece el espectro de "la exclusión social". Así las cosas, es preciso reconocer que estamos frente a una incapacidad de los factores tradicionales que estructuran la sociedad para generar oportunidades y opciones para todos.
Estos problemas ya son un lugar común no sólo en los países periféricos sino también en gran parte del mundo desarrollado.
Las empresas ven agotada su capacidad para generar empleo y los políticos, artífices del Estado, sólo atinan a paliar el desempleo con burocracia y clientelismo.
Resulta evidente que al no poder trascender sus propios límites, ni el sector público ni el privado ofrecen perspectivas a la población para el desarrollo de sus inquietudes y capacidades frente a los nuevos problemas.
El mercado, por definición, no satisface la demanda no solvente, de manera que quien es hoy insolvente no encuentra su lugar en la sociedad.
Es cierto que en algunos países el Estado ha pretendido paliar la situación asumiendo funciones de asistencia social (el llamado "Estado de Bienestar"), pero es indudable que la necesidad de acomodarse a una economía globalizada condena al fracaso esos esfuerzos, a largo plazo.
En efecto, la globalización, que no es una política sino un "hecho", exige de manera progresiva, tanto del Estado como de las empresas un ajuste a las condiciones del mercado internacional que conspira contra su capacidad distributiva y de solidaridad social.
Este es un fenómeno, como decíamos, mundial, pero en los países con poca cultura cívica como el nuestro el mismo aparece más crudamente.
Se diría que una de las características de los países en desarrollo es servir de caja de resonancia de problemas que a todos, tarde o temprano, le atañerán. Evidentemente, todo esto significa que estamos en presencia de un fenómeno que es mucho más profundo que la simple ineficiencia de algún funcionario o el egoísmo de algún empresario.
Estamos asistiendo a un verdadero resquebrajamiento del esquema que tradicionalmente regía en nuestras sociedades las relaciones entre el Estado y la Sociedad, los poderes públicos y las personas.
Y esta alteración exige un nuevo replanteo de esas relaciones. Tenemos que darnos cuenta que ese profundo malestar que se advierte en la ciudadanía, sobre todo en países como el nuestro, en permanente estado de crisis y subdesarrollo, no es otra cosa que la manifestación de ese gran cambio que se está produciendo en la civilización a pesar de la voluntad de los gobiernos, las empresas y la gente.
A esa tercera "ola" se refería Toffler en el libro a que hice mención.
Son cambios que tienen la energía de una gigantesca ola, semejante a la reciente catástrofe del SUNAMI.
Sin duda estamos asistiendo a un resquebrajamento de las propias bases de la organización de la sociedad tal cual fuera diseñada en Occidente a partir del siglo XVII, que se asentaba sobre una dinámica relación entre dos factores: el Estado y el individuo, lo público y lo privado, el poder público y la libertad individual. Esta subyacente estructura bipolar, a su vez, reposa sobre un presupuesto aún más profundo y que debemos rastrear hasta Thomas Hobbes: el hombre es lobo para el hombre y el progreso se basa en la actividad egoísta de los individuos, conjugada hacia el bien común por medio del Estado y sus leyes.
En pocas palabras, Hobbes sostenía un prejuicio que se mantuvo durante siglos: que el ser humano es esencialmente egoísta y que por ende, el único modo de evitar la violencia, mantener la paz y el orden y proveer a la colaboración entre ellos era delegar en un gobierno o poder público todo el poder.
De allí que el esquema social que se iría a gestar en adelante fuera esencialmente bipolar.
Dicho de otro modo: así se gestó un modelo de orden social basado en dos pilares: los dos sectores: el público y el privado.
Por detrás de todos esos cambios, comienza a vislumbrarse, tímidamente, un nuevo espacio dentro de la tradicional estructura de la organización social de los países.
Por ahora sólo podemos adivinar algunas de sus características.
Pasa como cuando nace el día, en que las formas de los objetos van apareciendo poco a poco, aquí y allá, delineándolos apenas en la penumbra.
Así, se hacen súbitamente visibles una serie informe de organizaciones bastante heterogéneas que, sin tener como objeto el lucro y fuera de la órbita de lo estatal, trabajan para paliar todos esos problemas nuevos. Por supuesto que organizaciones de esa índole, volcadas al mejoramiento de la calidad de vida y el bien común han existido siempre.
Nuestro propio Código Civil, que data del año 1869 las prevé en su art.
33.
Pero en estas especiales circunstancias creadas por el impacto de las nuevas tecnologías se hacen de pronto sumamente interesantes, porque están destinadas a llenar un espacio entre los dos sectores tradicionales, el estatal y el del mercado, que es el espacio propio de la sociedad civil. Ahora que los otros dos sectores económicos disminuyen su importancia en cuanto a la cantidad de empleo que generan, la posibilidad de resucitar y transformar al tercer sector y convertirlo en vehículo para la integración económica y social de muchas personas, y para garantizar la calidad de vida de nuestras sociedades, parece evidente. Un primero y rápido bosquejo de definición de este tercer sector sería el siguiente: se trata de una pluralidad de organizaciones que crea la gente a fin de satisfacer necesidades que no son cubiertas por el mercado ni por el poder público. Otra definición de Tercer Sector sería "el conjunto de organizaciones no lucrativas y voluntarias que nacen a instancia de un nuevo eje: la solidaridad social". Son las organizaciones mutualistas, cooperativas, fundaciones, asociaciones científicas, artísticas o de investigación, asistenciales, de capacitación, de fomento, recreación, etc., etc., etc. Son agentes de cambio y expresión de las mutaciones que sufre una sociedad.
Trabajan sin ánimo de lucro por el bienestar general, expresando las preocupaciones ciudadanas, exigiendo responsabilidad de los poderes públicos y bregando por una mejor calidad de vida. Tienen la misión de encontrar nuevas soluciones para cubrir nuevas necesidades que ni las empresas mercantiles ni el sector público pueden cubrir. Según algunos, su objeto real es producir cambios en el comportamiento humano.
Educar a la gente en el sentido del descubrimiento de la solidaridad como energía más que como concepto filosófico.
Promover la cultura del dar como hecho cotidiano que enriquece tanto a quien da como a quien recibe, desprendiéndonos definitivamente de la estrecha concepción de Hobbes. * A las organizaciones del "tercer sector" se las suele llamar también ONGs, sigla que significa: "Organizaciones No Gubernamentales".
Esta denominación nació luego de la segunda guerra mundial, cuando la Organización de las Naciones Unidas catalogó de esa manera a muchas entidades participantes que carecían de representación oficial de sus respectivos países. Me permitiría introducir aquí una caracterización de estas organizaciones efectuada desde la óptica de la Psicología y es la siguiente: mientras el gobierno y las empresas sólo ven los fenómenos inmediatamente visibles de la realidad; esto es: las leyes, las medidas de gobierno o las sentencias concretas, en el primer caso y los negocios, las ganancias y las pérdidas en particular, en el segundo, el Tercer Sector repara y hace visible los fenómenos de transfondo.
Aquellos aconteceres que los otros dos sectores no ven.
Así, el gobierno produce leyes pero no repara en que el exceso de reglamentaciones puede transformarlas en elementos de opresión para quien debe cumplirlas, o pueden significar oportundades para la corrupción administrativa, porque llega un momento en que la profusión desmedida de normas hace que sólo los inspectores las conozcan.
Por otra parte, y siempre a título de ejemplo, las empresas sólo ven lo que producen, pero generalmente se les pasa desapercibido los efectos devastadores para el medio ambiente que una sobreexplotación de los recursos naturales produce.
O fijan los montos de los salarios siguiendo parámetros de estricta conveniencia, pero sin medir si su cuantía es suficiente para cubrir las necesidades de sus empleados. Los sectores primero y segundo, pues, sólo perciben lo fenoménico, que etimológicamente quiere decir "lo que aparece"; el tercer sector percibe los fenómenos de transfondo, lo que no resulta visible inmediatamente.
Como pasa con el texto y el contexto. Según cierta corriente, en realidad, lo que está naciendo, como transfondo de la frase Tercer Sector, es la conciencia plena de que existe una entidad natural, que preexiste al Estado, originada en la simple y elemental necesidad de las personas de colaborar y asociarse entre sí y que tiene capacidad para reformular la sociedad.
Este ente reposa sobre el presupuesto, no ya del egoísmo natural del ser humano, sino de la natural solidaridad, que se impone no sólo por motivos éticos filosóficos, sino simplemente porque siendo solidarios estaremos en mejores condiciones para colaborar unos con otros.
Uno de los peligros más difíciles de evitar que enfrentan las instituciones del tercer sector es el mantenimiento de su identidad, porque los otros dos sectores son por naturaleza proclives a captarlos y asimilarlos.
El poder público tratará de instrumentarlos para las campañas proselitistas y el sector privado intentará usarlos como publicidad.
El arte que deben desplegar las organizaciones del tercer sector, en consecuencia, pasará por mantener buenas relaciones con los otros sectores aprovechando los beneficios pero protegiendo simultáneamente y a toda costa su identidad.
Por ejemplo, cultivando buenas relaciones con los legisladores de todas las bancadas o impulsando la sanción de una buena ley de Mecenazgo, entre otras iniciativas. En todos los países este movimiento va cobrando cada vez más importancia.
Es de hacer notar que en España, por ejemplo, existen numerosas asociaciones contra el ruido, ese flagelo incrementado enormemente desde el desarrollo de la técnica de los sonidoe electrónicos y la moda del aturdimiento.
También las hay para controlar el dispendio del gasto público.
En muchos países se están diseminando asociaciones de pagadores de impuestos que dan a luz los destinos del dinero recaudado por el Fisco.
En todos los casos se trata de llamar la atención de los medios, de los funcionarios y de los legisladores para que presten atención a esos problemas. Finalmente, hablemos de la extraordinaria fortaleza que posee este nuevo sector para lograr cambio sociales significativos: contrariamente al estilo del pasado, en el nuevo milenio la fortaleza no reside ya en la unificación ni el gigantismo de las agrupaciones.
Se avecina una época en que las organizaciones serán cada día más plurales, más diversas, más específicas en sus objetivos.
Pero mediante un desarrollo extraordinario de sus relaciones con las demás, serán capaces de unificar de pronto todos los esfuerzos en pos de algún objetivo común, desplegando una articulación y una movilidad que son su principal ventaja.
¿Podemos olvidar acaso que la formidable movilización lograda por el Sr.
Blumberg se hizo casi exclusivamente por redes de e-mails sin necesitar del concurso previo de la publicidad y los medios de comunicación? ¿Puede pasársenos desapercibido un hecho de tanta magnitud? Si queremos mejorar nuestra sociedad y hacer que nuestro país sea el lugar para vivir que nos merecemos, debemos comenzar a actuar ya, cada uno desde el llano, fundando asociaciones de todo tipo para aprender a colaborar, a disentir constructivamente, a deponer falsos protagonismos y a hacer realidad entre todos todo lo bueno que somos capaces de imaginar.
Y en un segundo paso, insistir en el conocimiento y la mutua colaboración.
Porque somos una gran familia de diferentes que en un momento determinado podemos trabajar unidos cuando lo requieran determinados puntos estratégicos. Hasta ahora, se nos ha enseñado que lo que unos ganan equivale a los que otros pierden.
Esta "lógica de partida doble", trasladada indebidamente de los libros de contabilidad a la sociedad es también la lógica del mercado.
Pero ha llegado la hora de dar cabida a otra lógica mucho más humana basada en la solidaridad, que dice que en una sociedad bien organizada, todos ganan y nadie pierde.
Y si alguien pierde, todos pierden.
Es lo que la palabra solidario quiere decir: una deuda es solidaria respecto de un grupo de personas cuando su pago puede ser requerido en su totalidad a cada uno de sus integrantes.
Y así debe ser en una sociedad que pretende ser civilizada.
® Liga del Consorcista

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