El otro día iba en un taxi y en medio de la charla con el taxista surgió el tema de los cortes de rutas y de calles.
Mas allá de sentirse él incómodo por las complicaciones que le generaba en su trabajo me contó una serie de historias de pasajeros a los cuales había llevado y de las dificultades para llegar a sus respectivos destinos por culpa de los cortes.
Ello me inspiró a escribir el presente artículo y a invitar a todos a que reflexionemos sobre la naturaleza de los cortes de rutas y calles, provocados por piquetes.
Me hago las siguientes preguntas ¿son válidos? ¿no son válidos? ¿son válidos algunos sí y otros no? ¿son válidos según lo que se reclame?
En este último caso ¿Quién determina si lo que se reclama hace al piquete válido o no? ¿se debe regular o se debe prohibir? ¿el gobierno debe tolerarlos? ¿el gobierno debe combatirlos? ¿o alcanza con no patrocinarlos?.
Pensando como abogado no puedo hacer derecho comparado ya que los piquetes – en las condiciones en que ocurren aquí – parecen ser exclusivos de nuestro país.
¿tendrá un sentido que se acerque al derecho de huelga, tal vez?
Estarán los que contesten estas preguntas de una manera u otra.
Estarán los que defiendan o ataquen los piquetes en general, o algunos en particular.
Estarán también otros, más románticos, que sientan que es el pueblo manifestándose y que los piquetes son la reivindicación de la democracia republicana y del derecho a peticionar.
En mi opinión, el pueblo –palabra un tanto gastada políticamente- cuando debe manifestar lo hace de manera diferente, no con palos y capuchas que cubren el rostro, (llegó a mis oídos además el rumor de que algunos piqueteros están en cortes de ruta oficialistas y opositores por igual y la capucha la usan para que no sea reconocida su condición de piquetero mercenario).
Debe de haber orden en las calles y en las rutas.
Algunas personas asimilan la palabra “orden” a despotismo, tiranía y represión cuando no necesariamente es así, o al menos, no necesariamente debería serlo.
El orden bien entendido es ni más ni menos que el respeto de las reglas.
La regla elemental de convivencia civilizada dice que mi derecho termina donde empieza el del otro.
El tolerar que cualquier grupo en cualquier momento, en cualquier lugar y por cualquier motivo impida el libre tránsito no favorece en absoluto a la democracia republicana, es más, la perjudica sobremanera.
Ello así porque el mensaje que se deja es precisamente el opuesto a los valores de la democracia republicana: “yo puedo hacer lo que se me antoje sin importarme los derechos de los otros”.
Eso lo veo también particularmente en los Consorcios.
En muchos de ellos no existe la democracia, sino que alguien (llámese administrador, consejo de administración, presidente del consorcio etc.) toma el poder y hace y deshace a su gusto, sin importarle nada del resto.
La Asamblea del consorcio suele ser el fiel reflejo de la sociedad argentina.
Tolerar el vale-todo pervierte a quien desea cumplir las reglas y lo transforma en un ser apático, escéptico e intolerante para con sus pares y para con las instituciones.
Todos deseamos que la argentina crezca y prospere.
Para ello hace falta entre otras cosas educación para la convivencia.
Tanto en el Consorcio como en el país.
Cuando terminó mi viaje, le pagué al taxista y me bajé del coche.
Mientras caminaba por la calle pensaba para mis adentros que el pueblo es también el señor que si no llega temprano a su trabajo le descuentan el día o la señora moribunda que espera que su ambulancia llegue a tiempo.