En los años ´70 y ´80 todos conocíamos a alguna persona que, de golpe, no sabíamos dónde estaba (tiempo después supimos que engrosaban las listas de desaparecidos, de secuestrados, de ejecutados, de los que habían tenido que huir del país).
También todos pudimos conocer a alguno de nuestros queridos jóvenes héroes inmolados o de alguna forma destruidos física o espiritualmente en la guerra de Malvinas.
Se había instalado en nuestro querido país la VIOLENCIA DE ORIGEN POLITICO.
Hoy, en pleno siglo XXI, todos conocemos (doy testimonio personal de ello) a alguien que fue asaltado, vejado, robado y –en el peor de los casos– asesinado.
Se suman los que mueren en accidentes que pudieron preverse y evitarse.
Se instaló en la República la VIOLENCIA DE ORIGEN DELICTIVO.
Seguramente no son la misma cosa, pero la violencia delictiva deja victimas sin consuelo y mucho dolor.
Las causas son muchas, y requieren del Estado no sólo una actitud preventiva, sustentada en la educación y en la inclusión social sino una conducta firme basada en un idóneo y razonable accionar policial y en una justicia ejemplar que muestre a la gente que el delito no queda impune.