Siempre concurro a votar –en cualquier elección– con entusiasmo.
Es un acto de gran relevancia democrática.
Para mí, una fiesta cívica.
Me preparo averiguando previamente la escuela en la que voto, el número de mesa y de orden, tanto para ser rápida en cumplir mi derecho/deber, cuanto para ayudar a la compleja tarea de las autoridades de mesa.
Hoy voté en una escuela del conurbano, bastante alejada de mi domicilio.
La lluvia, que arreciaba a ratos, convertía en barro las veredas que, sin revestimiento alguno, rodeaban a la escuela… Pensé en los niños que allí concurrían en días de lluvia y en invierno, pues también se había inundado la cuadra y los aledaños del barrio.
Cuando logré llegar, busqué mi mesa y me puse en la cola, con cerca de veinte personas antes que yo.
Apoyada en mi paraguas aguardé pacientemente más de cuarenta minutos para que llegue mi turno.
Al llegar a la mesa entregué mi DNI a los fines que me den el sobre y entrar al “cuarto oscuro”, cuando escucho a la presidenta de mesa decirme que debo hacer otra cola, tanto o más larga para obtener el sobre y entonces votar.
Mi DNI lo tenía retenido.
Ante la falta de aire y el tumulto existente en ese angosto pasillo, comencé a marearme.
Pedí por favor que me dejaran votar en ese momento, y así lo hicieron.
Yo había hecho la cola en la mesa correcta .
Nadie me avisó de ese despropósito organizativo, ese absurdo, que era hacer la cola en mi mesa y luego pasar a otra cola para obtener el sobre y sólo entonces poder votar.
A quién pudo habérsele ocurrido tamaño dislate??
Es evidente que se quiso entorpecer, hacer complicado el acto de votar.
Una vergüenza.
Conservo la ilusión que no se repita ese despropósito en el mes de octubre.