Con motivo de la justa alegría que hemos tenido los argentinos por haber cumplido doscientos años nuestra República, y luego de la hermosa ilusión de vernos –siquiera por una semana- hermanados bajo una sola bandera, es oportuno reflexionar un instante sobre el futuro que nos aguarda, desde nuestro modesto lugar de consorcistas.
No había consorcistas en 1810.
El consorcista es un personaje relativamente nuevo en nuestra historia y por eso es un tipo difícil de catalogar.
Constituyendo, nada menos que cerca del 70 % de la población de las grandes ciudades, sin embargo, hasta ahora, ha pasado desapercibido para las clases dirigentes.
Será tal vez porque a los consorcistas no les gusta, ni los suelen conmover demasiado las manifestaciones callejeras, porque no se dejan llevar y traer en ómnibus para apoyar a este o aquél político, porque no adhieren incondicionalmente a nadie.
Sin embargo, VOTAN.
Y es más: podría decirse que es un grupo social que piensa verdaderamente antes de votar.
Que elije cuidadosamente al candidato a quien le dará su voto, sin limitarse a optar por el mejor peinado, el más favorecido en las encuestas, o el de discursos floridos.
Que no hace militancia política, no por indiferencia, sino porque todo el tiempo de que dispone, lo emplea en trabajar y pagar impuestos para que las clases dirigentes los administren a discreción.
Y además, porque cree que a sus administradores, concretamente se les paga para que estudien cómo solucionar los problemas de la comunidad y trabajen para lograrlo.
También cree que si cada uno se dedicara con ahínco y honestidad a su función, sería más ventajoso para la República y para ellos mismos.
Porque los haría sentirse mejores personas, dignos de ser honrados por la población y más cerca del respeto que tienen el derecho de inspirar.
El consorcista cree en una política enderezada a mejorar las condiciones de vida de la población, y no en una política que es una especie de lucha constante entre grupos de intereses por lograr espacios de poder.
Cree que la tarea de quienes dirigen, sea redactando leyes, ejecutándolas o haciendo justicia, es ante todo encarar la empresa de articularse ellos mismos en torno a objetivos comunes, en lugar de fraccionarse en grupos antagónicos, tironeando en medio de una historia que les pasa por encima.
El político inteligente es aquél que es capaz de descubrir la tremenda energía que se genera, no cuando todos piensan lo mismo, sino cuando todos sienten lo mismo.
Porque es ese sentimiento compartido, expresado en la hoy olvidada palabra “concordia”, que hace posible la construcción del país como empresa común.
Pero también debieran reconocer que gran parte de sus desaciertos radica en que no son capaces de administrar los recursos de que disponen.
No se han puesto, aún, al día con el uso de la tecnología de la información, que hace posible, entre otras cosas, tener menos escritorios ociosos y más inspectores, por ejemplo.
O facilitar los trámites en lugar de entorpecerlos, para beneficio de todos.
De allí que tantas veces se ha asimilado al país con la administración de un gigantesco consorcio.
Y aparezcan tantas similitudes entre los problemas que se viven en uno y otro ámbito.
Puede parecer agresivo lo que decimos, pero no es nuestra intención en absoluto agredir a nadie, sino sólo hacer reflexionar.
A no ser que se crea que la cruda realidad es en sí misma agresiva.
No podemos ignorar que Argentina ha venido descendiendo dramáticamente como potencia dentro del concierto de naciones.
Y ello no por haber sufrido invasiones, terremotos ni calamidades naturales, sino debido exclusivamente a la incapacidad de sus clases dirigentes, que practican el cholulismo en lugar de decidirse a encarar seriamente los problemas nacionales.
Cuesta creer que disponiendo de partidas para tantos asesores, no se dediquen a buscar en las universidades o fuera de ellas a los más capaces para solucionar problemas concretos.
Cuesta creer que para acceder a los cargos públicos prime la amistad antes que la idoneidad, como ordena la Constitución Nacional.
Al consorcista le interesa escuchar de sus dirigentes, cosas como por ejemplo:
- Cómo van a solucionar el problema de la inflación real.
No la de los números, sino la que se siente al hacer la compra en el supermercado.
Y que no basta con apoyar o denostar al INDEC, sino que hay que estudiar la cadena de costos, proponer soluciones y ejecutarlas hasta que se logre la equidad deseada, que es concertar los intereses de cada sector, desde quien produce hasta quien consume.
No hemos oído propuestas serias desde los distintos sectores que conforman el abanico político. - Cómo van a hacer la reforma política que las personas que trabajan, esperan: un sistema donde sean los más capaces y no los “punteros” quienes lleguen a los órganos de gobierno.
Y que las leyes sean producto de la inteligencia de los legisladores y no de los intereses de los “lobbies”. - Cómo hacer entender a quienes organizan piquetes en calles y rutas, que su derecho a manifestar termina donde comienza el derecho de los demás a circular.
Y que su accionar desmesurado aniquila impunemente millones de horas de trabajo. - Terminar con las escandalosas “jubilaciones de privilegio” que gozan ex funcionarios, cuyos fondos debieran ser destinados a elevar el haber mínimo jubilatorio, que dista mucho del salario mínimo vital y móvil.
- Terminar con el papeleo inútil y los excesivos trámites burocráticos que desde la administración pública desalientan y entorpecen la actividad económica.
- Limpiar de una vez por todas esa cloaca llamada Riachuelo que afecta la salubridad pública y exhibe frente al mundo la desidia del país.
- Etc., etc., etc.
No se crea que estamos a favor o en contra de nadie.
Sólo, interpretando las inquietudes de los consorcistas de todo el país, les pedimos a todos quienes integran, o aspiran a integrar dirigencias, un acto de reflexión sobre su verdadero rol en la sociedad.
En definitiva, señores dirigentes: Sepan que gobernar es algo más que crear imagen y ganar elecciones.
Argentina es como un barco en busca del rumbo correcto.
Y los que tienen la enorme responsabilidad de llevarlo a buen puerto, o extraviarlo, son ustedes.
El futuro está en vuestras manos.
Oigan este sordo clamor de los consorcistas, que, como dijimos al principio, son un grupo humano que reflexiona antes de votar.