Ampliando temas de los cuales he reflexionado desde tiempo atrás (aquí, aquí, aquí y aquí) quiero ahora plantear algo complementario a lo ya analizado.
Entiendo que a nuestra querida Argentina – desde hace muchas décadas - la aflige la falta de idoneidad de gran parte de sus funcionarios, además de la acentuada convicción de los mismos de ser empleados del gobierno de turno que los ha nombrado y no del Estado (nacional, provincial o municipal) al cual sirven o debieran servir.
Esa penosa realidad hace imposible proyecciones a futuro que sean serias, sustentables y diseñadas con criterio patriótico para todos, sin perjuicio de priorizar urgencias.
Puedo observar, desde hace muchísimo tiempo, en los distintos boletines oficiales jurisdiccionales, una larga lista de nuevos cargos y nuevos funcionarios, muchas veces cubriendo promesas electorales, los cuales ignoran su carácter de servidores públicos, nombrados para servir honestamente a la población toda, sin exclusiones, en la medida de sus competencias e incumbencias.
En los consorcios pasa algo similar, salvando las distancias. Uno o varios propietarios (o el Consejo) sugieren a un administrador, que presenta su curricula, se vota en asamblea y luego de la votación, el propuesto pasa a ser ungido mandatario del consorcio.
A partir de entonces resulta que dicho mandatario parece olvidar que es mandatario del consorcio entero y que debe tener una vocación de servicio para con todos los propietarios, sin exclusiones, y no sólo para los que lo eligieron. De esa forma el mandatario actuará honestamente. Esto más allá de poner atención a los que puntualmente necesitan que el consorcio se ocupe de ellos prioritariamente.
¿Cuál es la razón por la que nos pasa esto?
Tal vez la misma por la que hemos olvidado los valores sólidos de honestidad de nuestros próceres y mayores, los que con su conducta forjaron la República, donde nuestra moneda nacional se ahorraba desde los centavos, donde el dólar no se conocía, donde la educación pública era de excelencia, donde el robo y el asesinato no quedaban impunes, donde en los centros de salud se respetaba a médicos y enfermeros, el país del vigilante de la esquina que era el amigo de todo el barrio, el país del esfuerzo como la única forma de progresar.